Al abrir la caja del último álbum de Elliott Murphy, It Takes A Worried Man, te encuentras con un texto que asegura que entre melodías y ritmos seductores se esconden las hebras de una fábula, escenas de una de esas películas que se hacen ahora; quizá incluso capítulos de una novela minimalista o, en última instancia, los parámetros fantasmagóricos de un suceso multimedia ahí, en nuestros oídos.
Llegamos a la sala Clamores con tiempo. Nos acomodamos junto a la mesa de mezclas. Apareció algo antes de las diez, unos segundos después de que Olivier Durand saliera al escenario. Elliott Murphy llevaba gafas, sombrero y chaqueta blanca. Durand, de negro, me hizo olvidar muy pronto –bueno, la manera en la que su guitarra y la del rockero neoyorquino se hacen una sola- al bajo, al batería y a los teclados.
Tenía ganas de escuchar You Never Know What You’re In For en directo, de compartirla con personas importantes para mí. Intenté retener cada instante de On Elvis Presley’s Birthday y me gustó cuando, a mitad de Take A Walk On The Wild Side, Murphy nos contó sobre su amistad con Lou Reed. Más tarde, Durand y él se atrevieron a desenchufar los cables de las guitarras, a alejarse de los micrófonos para interpretar el Worried Man Blues.
Recuerdo haber mirado a la derecha antes de que acabase la última, la bellísima Green River. En la mesa de mezclas todo se resumía en niveles, en decibelios de colores que iban de acá para allá. A lo mejor, lo que habíamos oído no había sido más que una sucesión de sonidos expresable en parámetros y que se podía controlar desde aquella mesa.
Ahora, estoy convencido de que me he traído a casa una de esas hebras –puede que lo que hubiese entre melodías y ritmos fuesen escenas de una película o capítulos de una novela, qué más da- de las que hablaba el texto de la caja de It Takes A Worried Man.